En un pequeño pueblo de la Sierra, todos los
años y desde hace mucho tiempo, cada ocho de Diciembre se empezaba a armar un
gran árbol de Navidad en la plaza del pueblo. Todos colaboraban en su
decoración.
Cada persona del pueblo, rica, pobre, alta,
baja, viejo, joven, gordo, flaco colocaba su adorno en el árbol para que
luciera más guapo que el año anterior.
Los más sencillos, colocaban adornos simples; a
los que les gustaba presumir, colocaban los adornos más grandes para llamar más
la atención. Las personas más serias colocaban adornos más oscuros y los más
alegres colocaban cintas y adornos de colores muy vivos.
Don Pancho era el alcalde del lugar, una persona
muy buena y bondadosa querida por todos, se encargaba de revisar los adornos
que la gente llevaba para evitar problemas.
“Santa”, una niña del lugar, se acerca una
mañana con una bolsa de gominolas de distintos colores y muy llamativos y le
dijo a Don Pancho que los pusiera en el árbol para que fuera un poco más dulce;
él con una sonrisa y muy sorprendido los colocó en el gran árbol.
El toque de lujo, lo puso Doña Esperanza una
señora que tenía mucho dinero, le llevó a Don Pancho una estrella muy grande y
con muchas luces para que la colocara en la cima del árbol y se divisara desde
muy lejos.
La gente seguía trayendo todos los días adornos:
cintas, figuras, moños y poco a poco se iba llenando.
La navidad se iba acercando y Pablito un niño
del pueblo iba todos los días y siempre hacia lo mismo: se acercaba al árbol,
abría la mano y hacia como si dejara algo y se marchaba con una gran sonrisa,
así sucesivamente hasta el último día.
Ya era el último día de colocar los adornos,
“Nochebuena”. El pueblo entero se concentró a los pies del árbol (había quedado
precioso).
Las más coquetas lo habían adornado con moños de moda.
Los más golosos con chuches para luego comérselas.
Los descreídos no habían puesto nada.
Los desganados lo primero que pillaron.
La señora rica lo más caro.
- Pablito, y tú ¿qué has puesto?
El niño entre risa y vergüenza le contestó:
- Yo lo mejor que tengo, un día le ofrecí mis sueños,
otro el amor que tengo a mi familia, otro las ganas de hacer cosas, otro mis
deseos de ser mejor y así fui dando lo mejor de mi corazón.
- iQué ridículo! - dijeron los
descreídos, los desganados y los presumidos del pueblo.
Don Pancho emocionado y triste a la vez les
dijo: - ¡Está visto que el pueblo no entiende el sentido de la Navidad! Muchos
confunden las cosas, no se trata de adornos y regalos, sino de ofrecer a los
que queremos lo mejor de nosotros, de acercarnos a la familia y a los seres
queridos, de compartir con todos lo que se tiene poco o mucho, no importa.
Todos los allí concentrados se miraban entre si
y empezaron a murmurar, Don Pancho continuó:
-
La Navidad tiene adornos, cosas que la representan pero no son lo
fundamental. La excusa del árbol era para hacer algo entre todos y unirnos en
Navidad y que cada uno pusiera lo mejor de sí. El único que realmente
interpretó el mensaje fue: “Pablito y su inocencia”.
¡FELIZ NAVIDAD!
No hay comentarios:
Publicar un comentario